Abrazando la valentía de trabajar en un idioma extranjero

El recuerdo de mi primer día laboral en un país nuevo aún permanece vívidamente en mi mente: rodeada de personas desconocidas, mayoritariamente hombres, en un entorno que inicialmente parecía inaccesible. Mi jefe me asignó una tarea crucial que requería coordinación con equipos en diferentes rincones del mundo. A pesar de mi experiencia en el campo, la perspectiva de trabajar en un entorno tan diverso y desafiante me llenaba de una mezcla de emoción y miedo.

Cuando acepté mi primera posición internacional en Chile, nunca se me cuestionó mi nivel de inglés, ni tampoco se me pasó por la mente que una posición en América Latina pudiera requerir fluidez en un idioma distinto al español. Al inicio, mi dominio del inglés era tan básico que la sola idea de participar en reuniones internacionales me provocaba ansiedad. Las palabras parecían atascarse en mi garganta y temía ser juzgada por mis limitaciones en el idioma. No obstante, decidí que la única forma de superar esta barrera era enfrentándola directamente: estudiando y, aún con mis limitaciones, teniendo el coraje de expresarme.

Con el corazón acelerado, me atreví a hablar, a pesar de mis errores y pronunciación básica. Al principio, fue incómodo, pero cada palabra mal pronunciada representaba un paso más hacia la mejora. Mis colegas y mi jefe notaron mi esfuerzo y disposición para aprender, lo que generó no solo comprensión, sino también apoyo.

A lo largo de los años, mi valentía para expresarme en inglés ha sido una travesía en constante evolución. Tras mi paso por Chile, nos mudamos a México, y tal vez la proximidad con los Estados Unidos aumentó la necesidad de observar, aprender modismos y estar atenta a la forma en que se comunican las personas cuya lengua materna es el inglés. Esta experiencia se intensificó aún más al vivir en China, liderando un equipo de Talento en Asia sin saber mandarín. Sin embargo, tenía la convicción de que mi inglés, aunque imperfecto, se convirtió en el habilitador para poner a prueba mi capacidad de escucha activa y, sobre todo, mi empatía.

Desde esos días de dudas hasta ahora, he aprendido que el coraje de intentar, incluso cuando los errores son inevitables, es el catalizador del crecimiento personal y profesional. Así, el simple acto de atreverme a hablar ha abierto y continuará abriendo puertas que jamás imaginé, demostrándome que el miedo inicial puede convertirse en la llave del progreso y la conexión global.

A medida que fui superando la incomodidad y los reclamos al universo por no haberme dado la oportunidad de estudiar en un colegio bilingüe, comencé a aceptar mis imperfecciones, perdiendo el miedo de preguntar si no entendía. Los equipos de trabajo de diferentes partes del mundo también comenzaron a participar de manera más activa y colaborativa. De repente, mi historia se convirtió en una anécdota sobre cómo superamos juntos un obstáculo inesperado y al contarla, me di cuenta que no soy la única no nativa que se siente así y que mi acento, extranjero, hace que personas de otras partes del mundo se sientan más cómodas al expresarse en la que para ellos también es su segunda lengua.

Estas experiencias han forjado en mí una mayor flexibilidad y creatividad en la manera en que abordo los desafíos. Han sido un recordatorio constante de la importancia esencial de la adaptabilidad y la resiliencia en entornos laborales globales. Aquel día de ansiedad en un país extranjero se convirtió en una lección valiosa: las conexiones auténticas y los logros significativos florecen en medio de la adversidad. Aprendí que el valor de enfrentar lo desconocido trasciende la mera gramática o pronunciación. Lo que verdaderamente importa en entornos corporativos es nuestra capacidad para conectar, establecer diálogos efectivos y trabajar hacia el logro de resultados tangibles.